domingo, 10 de agosto de 2014

Benito Quinquela Martin

Benito Quinquela Martín (Buenos Aires, 1 de marzo de 1890- ibídem, 28 de enero de 1977), cuyo nombre de nacimiento fue Benito Juan Martín, fue un pintor argentino. Hijo de una madre desconocida que lo abandonó en la Casa de Niños Expósitos, siete años después fue adoptado por la familia Chinchella, dueños de una carbonería.
Quinquela Martín es considerado el pintor de puertos y es uno de los pintores más populares del país. Sus pinturas portuarias muestran la actividad, vigor y rudeza de la vida diaria en la portuaria La Boca. Le tocó trabajar de niño cargando bolsas de carbón y dichas experiencias influenciaron la visión artística de sus obras.
Exhibió sus obras en varias exposiciones realizadas en el país y en el extranjero, logró vender varias de sus creaciones y otras tantas las donó. Con el beneficio económico obtenido por estas ventas realizó varias obras solidarias en su barrio, entre ellas una escuela-museo conocida como Escuela Pedro de Mendoza.
No tuvo una educación formal en artes sino que fue autodidacta, lo que ocasionó que la crítica no fuera siempre positiva. Usó como principal instrumento de trabajo la espátula en lugar del tradicional pincel.
Había empezado a dibujar inspirado en las escenas y colores que observó en el puerto, usaba técnicas intuitivas dado que ignoraba los más elementales conocimientos de dibujo, eran rudimentarios, torpes utilizando carbón y lienzos de madera como elemento de trabajo que posteriormente eliminaba para evitar las bromas de sus compañeros.


A los 14 iba a una escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión de La Boca, un centro cultural vecinal donde se reunían estudiantes y obreros para conversar. En esa academia se enseñaba casi de todo, desde música y canto, economía hogareña y otros cursos prácticos, mientras de día trabajaba en la carbonería familiar. Su maestro fue Alfredo Lazzari, pintor que le dio sus primeros conocimientos técnicos sobre el arte. Como práctica le daba yesos donde reproducía dibujos en claroscuro y realizaron excursiones a la Isla Maciel los domingos por la tarde para entrenarse con el dibujo de las escena al natural. Continuó hasta los veintiún años con el curso. Con 17 años entra al Conservatorio Pezzini Stiatessi, donde estudia hasta 1920. En esa academia conoció a Juan de Dios Filiberto y otros colegas con quienes se relacionaría durante toda su vida. Como este ambiente era muy distinto al que estaba acostumbrado, lleno de carbón y alejado de los libros intentó incorporar todo el conocimiento de golpe, después del trabajo iba a alguna biblioteca para intentar cubrir la carencia de educación formal. De toda la literatura que leyó la que más le impactó fue El arte del escritor Augusto Rodin, fue la que le despertó su vocación. En ese texto Rodin dice que el arte debe ser sencillo y natural para el artista, la obra que requiere esfuerzo no es personal ni valedera, conviene más pintar el propio ambiente que "quemarse las pestañas persiguiendo motivos ajenos", de esas enseñanzas Quinquela extrajó: "Pinta tu aldea y pintaras el mundo", nunca se apartó de este dicho. Su aldea sería el barrio de La Boca, sus vecinos y el puerto. Asistió además a las tertulias que se realizaban en la peluquería de Nuncio Nucíforo en Olavarría al 500, donde se conversaba de política, de cultura, de técnicas pictóricas y otros temas, se compartían lecturas y preocupaciones.
En 1909 se enfermó de tuberculosis, en esa época la enfermedad causaba muertes. Sus padres lo mandaron a la casa de su tío, en Villa Dolores, Córdoba, para que se curara con el aire serrano. Fueron seis meses de reposo que no solo le sirvieron para curarse sino también para relacionarse con otro pintor, Walter de Navazio, exponente de la pintura romántica que dibujaba los sauces y algarrobos que adornaban el paisaje. Pero este ambiente le hizo reforzar su idea de retratar solamente su propio mundo, el paisaje cordobés no lo inspiraba tanto como el puerto.
De regreso a su hogar, ya con la idea firme de continuar con su obra, montó un taller en los altos de la carbonería, donde recibió la visita de Montero, Stagnaro y la de Juan de Dios Filiberto quien además fue modelo vivo. Más tarde además de visitantes se convirtieron en inquilinos del lugar. Esta situación, los óleos sobre el lugar, el constante paso de gente y las discusiones hasta altas horas de la madrugada, sorprendió a los Chinchella. Además Benito usaba huesos humanos para estudiar su anatomía y se difundió el rumor que en el taller habitaban los fantasmas de los "dueños" de los esqueletos, se exageraba tanto que un día un amigo llevó todos los restos óseos al cementerio. Todo esto no contaba con la simpatía de Don Manuel, el padre, ni los fantasmas, ni los jóvenes ni la pintura. Y mucho menos que su hijo fuera un artista porque descuidaba su trabajo en el puerto. Un día a raíz de las fuertes discusiones y a pesar de que su madre lo apoyaba, Benito abandonó el hogar familiar, aunque siguió trabajando en el puerto para mantenerse y le dedicó más horas a la pintura debiendo alimentarse sólo de mate y galletas marineras.
Su vida fue a partir de entonces muy parecida al vagabundeo: durante un tiempo vivió en la Isla Maciel donde se relacionó con ladrones y malandra, lo cual no le incomodó. Llegó a conocer una escuela de punguismo con base en esa zona y le ofrecieron ser parte de ella pero no le interesó la idea. Pintó muchas telas con imágenes del lugar y aprendió mucho de los punguistas que -además del robo disimulado- tenían una serie de códigos de honor y hermandad que le interesó. Todos estos saberes abrieron su mente e hicieron más rica su pintura.
Montó sus talleres en distintos lugares, desde altillos hasta barcos (tuvo uno en el "Hércules", un navío anclado en el cementerio de embarcaciones de Vuelta de Rocha) sin embargo no duraría mucho con estas mudanzas, los ruegos de su madre para que regresara porque no vivía tranquila, más el consejo que le dio: "Si no te gusta el carbón, búscate un empleo del gobierno" lo hicieron retornar al hogar y conseguir un empleo como ordenanza en la Oficina de Muestras y Encomiendas de la Aduana en la Dársena Sur. Su nuevo empleo consistía en limpiar ventanas y cebar mate lo que le dejaba tiempo libre para pintar. Trabajó allí hasta que le solicitaron tareas de mensajero y traslado de caudales. Presentó su renuncia indeclinable, temeroso de lo que podía pasar si le robaban una encomienda, para entonces sabía mucho de punguismo.
A los pocos meses, en el año 1910, se presentó en una exposición, una muestra de todos los alumnos del taller de Alfredo Lazzari en la Sociedad Ligur de Socorro Mutuo de La Boca con motivo del veinticinco aniversario de esta sociedad. Participaron Santiago Stagnaro, Arturo Maresca, Vicente Vento y Leónidas Magnolo todos ellos principiantes y aficionados. Era el debut de Quinquela quien expuso cinco obras: el óleo Vista de Venecia, dos dibujos realizados a pluma Vista de Venecia y dos paisajes confeccionados con témpera. Estas obras, que no se conservan actualmente (excepto los dibujos en pluma) y no es posible recuperarlas, eran algo torpes pues no había adquirido la habilidad suficiente en sus manos
Benito deseaba crecer como pintor y sabía que debía mejorar su técnica para lograrlo. El maestro Pompeyo Boggio le enseñó técnicas de dibujo natural. Junto a él estudiaron con Boggio Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hébecquer, José Arato y Abraham Vigo, todos ellos se inspiraban en los problemas sociales del país según afirma el crítico Jorge López Anaya. Formaron el denominado "Grupo de los Cinco" o "Artistas del Pueblo". También escribieron artículos en el diario La Montaña de Leopoldo Lugones.
Ninguno de estos pintores era aceptado en el Salón Nacional, la principal galería que tenía la ciudad y por eso parecían condenados a las galerías menores. A partir de una idea de no se sabe quién crearon el Primer Salón de los Recusados, dedicados a los artistas no admitidos en el Salón Nacional. Fue creado en la avenida Corrientes 655 en un local cedido por la Cooperativa Artística. Allí Benito expuso Quinta en la Isla Maciel y Rincón del Arroyo Maciel, obtuvo críticas divididas: positiva del diario La Nación y de Crítica y negativa considerada un desacato por parte de los jóvenes pintores por el diario La Prensa, el semanario Fray Mocho y José Gabriel de la revista Nosotros. Lo significante es que la prensa, mal o bien, se había empezado a fijar en sus trabajos.
Se anotó como profesor de Dibujo en la escuela Fray Justo Santa María de Oro, dependiente del Consejo General de Educación, donde los obreros adultos concurrían a completar sus estudios secundarios, en el horario vespertino. Quinquela les enseñaba los secretos del dibujo ornamental con el fin de aplicar el arte a la industria. La idea concebida junto al maestro Santiago Stagnaro era acercar el arte a la clase obrera.



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